Rebecca

Rebecca

Alfred Hitchcock, Estados Unidos, 1940, Tamasa Distribution

Comentario

Rebecca se inicia con un prólogo que no es en absoluto necesario para la comprensión de la intriga, por lo tanto es una elección claramente asumida por parte de Hitchcock comenzar la película con esta secuencia consagrada a la mansión de Manderley y afirmar así el desafío crucial, tanto como ubicar de entrada a la película en un ambiente espectral y una estética muy singular (expresionista, incluso gótica: la película está adaptada de una novela epónima de Daphné du Maurier). Un año antes del Xanadú de Ciudadano Kane de Orson Welles, cuya secuencia de apertura es muy similar, la película comienza de noche, en luna llena, ante una reja cerrada que impide el acceso a un vasto dominio. La secuencia primero nos hace atravesar esta reja de manera fantástica, luego la cámara parece avanzar flotando en la bruma y la oscuridad que ocultan la propiedad - es un sueño. Las ramas de los árboles, en escorzo, funcionan como obstáculo y retardan la aparición del edificio nombrado por la voz en off: Manderley. Allí también notamos la importancia del nombre, como si el lugar estuviera bautizado, personificado y aquí fuera sinónimo del honor y de las galas de otro nombre, el de la pareja de Winter.

 

Por un juego de penumbras y de luces, la casa parece como embrujada por presencias fantasmáticas, mientras que al final de la película asistiremos a su destrucción en las llamas de un incendio: la casa, pues, no existe más. Pero persiste en el recuerdo de la heroína (a la que no vemos pero que pronuncia la voz en off), y este recuerdo, ese “espíritu del lugar” aparentemente imborrable, es el que inicia la historia. En eso, Manderley se calca sobre el personaje de Rebecca, muerta ahogada: dos nombres poderosos, que designan a los desaparecidos pero eternamente presentes, y listos para volver a la vida e influir en los vivos.