Amarcord

Federico Fellini, Italia, 1973, Warner Bros.

Comentario

A veces basta con poco para que el mundo familiar se vuelva extraño, inquietante e incluso fantástico. La niebla forma parte de los recursos de los que dispone el cine para que el mundo más cotidiano se vuelva enigmático. La niebla a menudo es creada artificialmente en el cine porque la presencia de la verdadera niebla es demasiado aleatoria e imprevisible para organizar un rodaje. La niebla, contrariamente a la noche cerrada (a menudo usada en los filmes de angustia o de horror) no oculta por completo la visión del mundo. Se identifican aún las formas generales, reconocemos la reja de la casa, los árboles, la búfala, pero no distinguimos los detalles realistas y las formas se dibujan sobre un fondo neutro sin profundidad ni perspectiva. Como si el mundo se hubiera “borrado” detrás de las figuras, incitando al espectador a imaginar y a interpretar lo que no es visible en la imagen.

Esta secuencia transcurre en el lugar menos misterioso que pueda existir para los dos personajes: su casa y alrededores. Pero la niebla desorienta al abuelo que ya no sabe dónde está, ni dónde está su casa, aunque esté a unos pocos metros de él. El niño, por su parte, toma con paso vivaz el camino habitual a la escuela, pero enseguida las cosas más familiares se vuelven inquietantes y fantásticas: los árboles se transforman en animales amenazadores, las luces de un automóvil en los ojos de un monstruo y una búfala (tan común en Italia como la vaca en Francia) en animal mitológico. En esta secuencia tenemos que distinguir los elementos reales (la búfala, el automóvil) que la niebla vuelve inquietantes de los elementos (los árboles) diseñados con formas de por sí fantásticas.