El gran dictador

The Great Dictator

Charles Chaplin, Estados Unidos, 1940, Diaphana pour MK2

Comentario

Amnésico, el barbero judío herido durante la guerra al comienzo de la película, se escapa del hospital donde vive desde hace años. No sabe que en Tomania hace estragos el dictador Hynkel. En la calle del gueto, el barbero encuentra su tienda como si la hubiera dejado la víspera. Lo cómico de la escena descansa sobre el desajuste entre un contexto trágico del cual el barbero no tiene conciencia y la mecánica intacta de sus gestos cotidianos en el escenario recuperado de su vida: abrir la puerta (los gatos salen sin que él realmente se asombre), retirar los postigos (sin que note la inscripción “judío”), colgar su sobretodo y sombrero en el perchero, levantar una cortina (sin que vea el polvo que se desprende), ponerse su bata de trabajo; el tiempo trepidante de la música refleja su estado interior. Dos temporalidades se superponen así: ante el desarrollo de los gestos recomponemos el ritmo de su vida anterior, sintiendo la amenaza oculta en el decorado, a través del signo del tiempo que pasó. De pronto el barbero se queda parado mirando algo que está fuera de campo y la cámara hace un paneo para descubrir el rincón de trabajo (lavabo, caja registradora, sillón) cubiertos de telas de araña. Chaplin se niega a la lógica del contraplano para preferir la de la continuidad, con panorámicas repetidas entre el personaje que mira (y comprende) y los objetos a los que mira. Esta reminiscencia de los comienzos del cine mudo, que filmaba desde una cuarta pared invisible, culmina con la rápida mirada a cámara del barbero, que nos toma de testigo, hasta que un montaje paralelo opone el salón y la calle: lo que sabe ahora, y lo que no sabe todavía. Cuando el barbero sale por fin de su casa, un plano medio lo confronta con un soldado. Éste lo empuja varias veces para hacerlo salir del cuadro, hacerlo “desaparecer”. Pero gracias a un plano general, Chaplin recupera el dominio sobre el espacio. La cámara que se desplaza a lo largo de la vereda permite acompañar la huidas y los resbalones del barbero, como una coreografía. La calle, antes vista como un lugar de humillación y despotismo, se convierte en una calle de comedia musical, con el ritmo de los golpes de sartén que deben caer justo. El espectador se aferra a creer que un gran golpe sobre la cabeza hará que el barbero se recupere: en todo caso, el fragmento cuenta un recorrido hacia la conciencia recuperada.